Mijares, lugar de asentamiento de pueblos primitivos, vetones, iberos, celtas, romanos, moros y judíos, lo habitaron en diferentes épocas como demuestran los hallazgos arqueológicos que permanecen casi inéditos. En 1679 adquirió la condición de Villa y en la actualidad pertenece al partido judicial de Arenas de San Pedro, Ávila.
En nuestro recorrido por el casco urbano, encontraremos callejuelas empinadas y estrechas, con casas de piedra y balconadas de madera. No podemos dejar de visitar el Barrio de Abajo, la Plazoleta del Ayuntamiento, rincón que aún hoy día conserva sus edificios típicos de piedra y madera, y el Barrio de la Esquinilla, donde a lo largo de su empinada cuesta veremos casas y balcones que guardan todo el encanto de lo viejo.
Unas excepcionales vistas nos ofrecen los miradores que dan a la Garganta de las Torres, que atraviesa el término de norte a sur y antes de entregarse al Tiétar baña las ruinas de Las Torres, antigua fortaleza medieval y posterior núcleo de población hasta 1703 en que quedó abandonado.
Si la visita la realizamos en verano nada mejor para combatir el calor que las refrescantes aguas del Charco Largo o el Lucero. Si es invierno podemos escuchar el ruido del agua y contemplar su fuerza.
En Mijares encontraremos una enorme diferencia de altura en pocos kilómetros, de los 400 metros, por donde pasan las cálidas aguas del Tiétar, a los 2075 metros de la Peluca, testigo y vigía del pueblo, último reducto del águila y la cabra hispánica.
Por estas tierras, a 500 metros de altitud discurre el Camino Real por el que en más de una ocasión pasaría Carlos V en busca de su lugar de descanso, Yuste. Los verdes prados y la carretera C-501 casi paralela al río, rompen el término de este a oeste y hacen de frontera entre el olivo y el pino.
El núcleo de población esta situado un poco más arriba a 856 metros.
Mijares nos invita a realizar paseos o marchas por sus alrededores, la subida por el Torozo, nos regala unas espléndidas vistas de la Villa, el camino del Mongote presenta una panorámica inigualable del valle del Tiétar o el Puerto del Fondo donde a 1570 metros de altitud podremos llenar nuestras cantimploras del refrescante agua de su fuente y aspirar aire puro de montaña.
Al bajar de nuevo al pueblo, y tras un breve descanso podemos saciar nuestro apetito y nuestra sed buscando un lugar donde comer unas patatas al calderillo, un cabrito cuchifrito, un cochinillo asado o unas chuletas de ternera propias de la tierra, regado con el buen vino tinto y fuerte elaborado en el lugar.
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