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Archive for May 2012

Ruta de los Almorávides y Almohades

Este viaje evoca la estrecha relación entre dos continentes separados por un estrecho brazo de mar. Uno frente a otro, se miran cómplices de una cultura, de un modo de vida. África y Europa comparten los cimientos de un vasto imperio que se fraguó allá por los siglos XI y  XII fundiendo al Magreb occidental y al-Andalus, lo que los antiguos llamaron… “Las Dos Orillas”.

La ruta de los Almorávides y Almohades enlaza las costas y ciudades del Estrecho con Granada a través de Cádiz, Jerez y Ronda siguiendo las vías de comunicación que unían el norte de África y el sur de al-Andalus. En la actualidad el viaje se simplifica por la moderna red de carreteras.

Los Almorávides y sus sucesores los Almohades, forjaron grandes imperios en el norte de África y la Península Ibérica, fundadores los primeros de la capital, Marrakech  en el 1070, extendieron su dominio desde el Senegal a  los reinos de al-Andalus. Sus rivales los Almohades les arrebataron el poder a mediados del siglo XII, tras largas luchas.

Desde el inicio del viaje, en Algeciras, hasta la culminación de este, en Granada, transcurren entre 300 y 450 kilómetros, según el camino que tomemos. Un primer ramal pone rumbo hacia Ronda a través de la serranía, rozando Castellar y Jimena de la Frontera, Gaucín y los pueblos del valle del río Genal.

El ramal occidental cubre mayores distancias, visita las localidades de Alcalá de los Gazules y Medina Sidonia continuando por Cádiz, el Puerto de Santa María y Jerez. Desde aquí prosigue hacia Arcos y los pueblos blancos gaditanos: Grazalema, Zahara, Algodonales, Olvera y Setenil para recalar en Ronda.

Alcanzado Ronda por cualquiera de los dos ramales, el viaje continua hacia Teba y Campillos hasta alcanzar Velez-Málaga. Tras la visita por los pueblos granadinos se alcanza el final del recorrido, la mágica ciudad de Granada.

Durante todo el recorrido las huellas de al-Andalus se hacen patentes a cada paso, en cada pueblo, en sus construcciones defensivas, en los monumentos y en la arquitectura tradicional.

Los almorávides, al igual que sus sucesores en el imperio hispano-marroquí, los almohades, fueron grandes constructores que engrandecieron las ciudades andaluzas dotándolas de protectoras murallas, alcazabas y numerosos edificios. Cada rincón de este viaje rezuma historia y tradición que no dejará al viajero indiferente.

Uno de los tramos más pintoresco y deslumbrante del viaje es el que transita por las sierras de Arcos y Ronda, donde se ubican los llamados Pueblos Blancos. Reunidos en torno a castillos e iglesias, dominan el horizonte desde lo alto de peñas o bajo la escolta de imponentes montañas.

El viajero queda cautivado en sus laberínticas calles de trazado medieval y con sus encaladas viviendas, recubiertas de teja rojiza, adornadas con macetas y plantas y preservándose con rejas labradas a forja, elegante sencillez de unas villas que son un remanso de tranquilidad.

Junto al espectáculo de las serranías, este viaje nos ofrece todo un sugerente repertorio de paisajes donde los espacios protegidos y Parques Naturales se intercalan con el litoral que muestra las playas, dunas, acantilados y humedales que a la vez contrastan con los viñedos y cultivos de las campiñas.

Otro de los atractivos de este enigmático viaje son, los hábitos gastronómicos, las provincias de Cádiz, Málaga y Granada nos ofrecen una rica variedad de productos. Pescados frescos y mariscos de la costa atlántica, gazpachos y potajes de la campiña, embutidos, chacinas, guiso de caza o calderetas en las zonas serranas y variadas frutas, verduras y hortalizas de las vegas interiores.

Un apartado especial merecen los afamados vinos de Jerez, los extraordinarios aceites de la vega andalusí y la deliciosa repostería llena de reminiscencias andalusíes, pestiños, amarguillos o alfajores que endulzaran el camino del incansable viajero.

Autor: Nieves Alonso

 

 

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La localidad de Getaria, es la que da nombre a la Denominación de Origen Chacolí de Getaria,  junto a Zarautz y Aia, son los municipios donde se sitúan los viñedos de este típico caldo guipuzcoano.

La localidad de Getaria, es la que da nombre a la Denominación de Origen, Chacolí de Getaria, y junto a Zarautz y Aia, son los municipios donde se sitúan los viñedos de este típico caldo guipuzcoano.

Un caldo elaborado completamente con uvas autóctonas, de la variedad Hondarribia zuri, para los blancos y Hondarribia beltza para la escasa elaboración de tintos.

La extensión de los viñedos a aumento a lo largo de los años llegando a producir más de un millón doscientos mil litros de chacolí. Pero el aumento no ha sido solo cuantitativo, la calidad de estos vinos, en su día prohibidos para la liturgia, los ha convertido en excelente compañeros de pescados y mariscos.

En la actualidad la Denominación cobija diecisiete bodegas, seis en la localidad costera de Zarautz,  una en Aia y diez en Getaria, Sede del Consejo Regulador.

La visita que vamos a realizar es a las dos localidades que guardan el mayor número de bodegas. Iniciamos el recorrido en Getaria, una bella localidad cuyas casas adornan la falda de una colina que desemboca en el puerto y en la isla de San Antón, llamada el ratón de Getaria.

Nos dirigimos a la plaza Karraspona, desde donde tenemos unas excepcionales vistas del puerto. En los alrededores se encuentran la casa-torre de los Zarautz y la iglesia de San Salvador, además de excelentes restaurantes donde poder degustar el pescado por excelencia…el exquisito rodaballo.

Y para poder disfrutar de los afrutado chacolís, nada mejor que acercarnos a algunas bodegas como la de Azmetoy, Aizpurua o la bodega Txomin Etxaniz cuya visita nos hará entender a la perfección lo que es el chacolí.

Ubicada en una colina con el mar de fondo, la bodega Txomin Etxaniz elabora sus vinos en un bello edificio del siglo XV rodeado de cepas centenarias.

Y a unos cuatro kilómetros por carretera costera encontramos nuestro siguiente destino, la tradicional localidad veraniega de Zarautz. Aunque carece de puerto, su playa es una de las más bellas de la Península, no en vano la eligió el restaurador Karlos Arguiñano para ubicar su restaurante.

El casco antiguo de la localidad nos muestra edificios como el Palacio de los Narros, el principal de la villa, o la Torre Luzea, originaria del siglo XV es un magnífico ejemplar de estilo gótico militar.

De sus bodegas, dos son las más emblemáticas, Eizaguirre y la bodega Talai Berri. Esta última la podemos visitar y despedir nuestro viaje brindando con un afrutado y frío chacolí.

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La vida de un bosque

La Hiruela y su entorno son un destino recurrente de pescadores, cazadores, andarines, montañeros, turistas y residentes de fin de semana. Los 1.478 metros de puerto, nos llevan al rincón más remoto, al más aislado de la Comunidad de Madrid. 

Uno de los paseos más apreciados se inicia en la esquina del Ayuntamiento y desciende por la calle del Corcho. Al final de su corto trazado empalma con una pista que, a la izquierda, pasa ante la estación depuradora. Marcada con señales rojas, naranjas y azules, tiene en el suelo los registros de las conducciones de agua.

Sigue el descenso hasta que se pasa al pie de la rústica ermita de Nuestra Señora de Lourdes y se alcanza el arroyo de la Fuentecilla, que cruza por un trabajado puente de madera.

En el otro lado asciende un corto trecho, hasta alcanzar la adormecida carretera de Colmenar de la Sierra. Tendremos que cruzarla y subir a la derecha unos metros, para empalmar con otra pista que se adentra y asciende con suavidad por el monte.

Detrás de la barrera que la defiende, la pista se dilata entre tanta hermosura y parece que curvea adrede, que no quiere fatigarse con cuesta alguna; como si en vez de haber nacido para llevar a alguna parte, su razón no es otra que demorarse con parsimonia en el corazón del bosque.

Un bosque que primero fue silvestre, luego se humanizó y ahora vuelve a crecer a su libre albedrío. Y es que la historia de esta robleda está ligada al hombre. No sólo porque entre los claros de su espesura encontraba el ganado alimento, lo que aún hace, sino porque de su dura alma vegetal, generaciones de carboneros obtuvieron la materia de su sustento: el negro material que templó durante decenios los hogares y braseros entre Guadalajara y Valladolid y desde Madrid a Segovia.

Es fácil descubrir la huella de aquella maula en la curtida geografía de este mundo vegetal. No hay más que ver sus aclareos y comprobar cómo sus ramas han sido mil veces taladas.

De hecho, tuvo La Hiruela su mejor momento en aquella época donde el bosque entero era un clamor.

Hasta bien entrados los sesenta el carbón lo llevaban por ingratos caminos loberos a lomos de caballerías hasta Buitrago. El inicio de aquel trasiego era esta senda, felizmente recuperada para deleite de los excursionistas, que han ocupado el lugar de aquellos hombres tizones.

Sin darnos cuenta alcanzaremos una amplia curva a la derecha, sobre la que se extiende una pradera salpicada de gigantes arbóreos. Es la Morra de la Dehesa o la dehesa perfecta.

Las señales sobre los troncos invitan a dejar la pista y ascender por la ladera de la derecha. El camino está poco marcado al principio pero no cuesta demasiado seguirlo.

Un poco más hacia  arriba se define mejor y recorre con tendencia hacia la derecha, el norte, la parte más cerrada del bosque, para alcanzar un collado en un suspiro.

Desde aquí el camino desciende por la ladera opuesta, rumbo a La Hiruela, bien visible, justo enfrente. Aunque no está de más encaramarse al humilde otero situado a la derecha del collado.

Cinco minutos se tarda en alcanzar la cimera de este impagable otero que muestra todos los vericuetos de la sierra.

De regreso al collado, sólo hay que zambullirse en el robledal, y con cuidado de no perder el buen camino señalizado, alcanzar la carretera más o menos en el mismo punto que hace un rato la cruzamos, para luego remontar la cuesta que lleva a La Hiruela.

Hemos recorrido el camino que hasta hace bien poco transitaban los carboneros, aunque en esta ocasión sin hollín.

Autor: Nieves Alonso

 

 

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Un humedal vivo

Considerado como la segunda zona húmeda en importancia para aves acuáticas, el Delta del Ebro, se adentra 25 kilómetros en el mar Mediterráneo, compartiendolo con otros dos extensos deltas, el del Nilo y el del Ródano.

El interior del Delta del Ebro, surcado por el río que dio nombre a la Península Ibérica, está sembrado de un complejo de lagunas salobres permanentes, marismas halófitas, charcas saladas, bahías marinas, playas arenosas con dunas, y una amplia extensión de arrozales que suponen una gran oferta de aguas dulces.

El itinerario que propongo, recorrerá por carretera y por pista los discontinuos sectores del Parque Natural. El punto de partida será Amposta, donde en épocas romanas se situaba la desembocadura de un estuario navegable hasta Tortosa.

Tomaremos la N-340 hasta entrar en Sant Carles de la Rápita, una carreterilla nos llevará rodeando el golfo dels Alfacs, hasta el Poblenou del Delta y a las primeras lagunas costeras, L´Encanyissada, donde se encuentra el ecomuseo de la Casa Fusta, y La Tancada.

En estas lagunas haremos una parada, y desde las torres de observación de la fauna, podremos admirar en sus aguas libres, como viven ánades reales, silbones, frisos, cercetas carretonas y los simpáticos patos cuchara.

La laguna de La Tancada, nos permite la posibilidad de pasear por la playa del Trabucador hasta las salinas de la Trinitat, que casi siempre están pobladas de hermosos flamencos rosas. Aquí comienza la barra litoral de la punta de la Banya, espectacular desde el punto de vista morfológico, pero sin acceso para el público para tranquilidad de la fauna.

Continuamos camino por la carretera TV 3404, que junto a arrozales habitados por garzas, nos conducirá a Sant Jaume D´Enveja, donde tomaremos un transbordador que atraviesa el Ebro y nos llevará a la otra orilla, Deltebre. Desde esta localidad podremos visitar tres puntos de interés, pero sin conexión entre si, por lo que cada cual deberá volver a Deltebre para continuar hacia el siguiente destino.

La primera posibilidad es la laguna del Canal Vell y El Garxal, lugar donde desemboca el Ebro y desde donde podremos observar las islas de Buda y de San Antonio. El segundo destino desde Deltebre es la Bahía del Fangar y el tercero es el Área de Especial Protección de Les Olles, próxima a L´Ampolla punto final de nuestro recorrido.

Una recomendación para los más atrevidos, el Delta es un área de sedimentación fluvial, por lo tanto, un paisaje con ausencia de relieves importantes. La falta de puntos de referencia hace que resulte fácil perderse por los laberintos de pistas. Por lo tanto es aconsejable no avanzar si no se está seguro, y llevar suficiente combustible en el depósito del vehículo.

Autor: Nieves Alonso

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El legado celta, un modo de vida

 

Las ruinas de un gran poblado vetón resplandecen en la solana de Gredos, junto a la aldea abulense de “El Raso”. Allí podemos ver el Castro celta de “El Freillo”, que está abierto todo el día y donde la entrada es gratuita. La proximidad a Madrid, dista tan solo 180 kilómetros, nos permite realizar esta visita cualquier día que tengamos disponible y que el agradable tiempo primaveral acompañe.

El castro es un enclave extenso de veinte hectáreas y estaba profusamente urbanizado con 300 casas, capaz de ubicar a 1.500 personas. Una cifra que para los siglos II y I antes de Cristo y un lugar como la sierra de Gredos, se antoja importante. Incluso escandalosa, si se considera que hoy sólo la superan 17 de los 248 pueblos que hay en Ávila, incluida la capital, y es justo el triple de la población que tiene El Raso, anejo de Candeleda, junto al que yacen las ruinas.

Desde “El Raso”, una sinuosa carreterilla conduce, en un par de kilómetros, hasta el emplazamiento del castro, que es soberbio. En la falda del Almanzor, que descuella dos mil metros más arriba y sobre la garganta de Alardos, que corre 200 metros más bajo, se erigía el poblado, dominando visualmente el inmenso valle que fertiliza el río Tiétar, los montes de Toledo y la sierra de Guadalupe.

Al socaire de las más altas cumbres de Gredos, gozaba de un clima benigno y de buenos pastos. Por no hablar de la defensa que le prestaban semejante foso, el Alardos y el Almanzor, como guardaespaldas.

De los tres sectores en que está dividido el yacimiento, el de mayor interés es el más cercano al final de la carretera. En él se puede apreciar cómo las casas se alineaban y adosaban formando calles y manzanas con un sentido de la urbanización más que incipiente.

Las casas eran de muros de tapial, apoyados sobre un zócalo de mampostería de granito y cuya estancia principal consistía en una cocina con banco corrido alrededor del fuego, donde se comía y se dormía al revoltijo.

En este mismo sector se han reconstruido fielmente dos casas, con su porche y su techumbre de madera cubierta de piorno, que recuerdan los viejos chozos pastoriles que aún se estilan en la sierra de Gredos.

Otra prueba de que los vetones no eran unos cafres es el hallazgo de varios hornos para la fundición del cobre; así como de un tesorillo de plata en el vestíbulo de una de las viviendas, compuesto por unos torques, un brazalete, una pulsera, una fíbula y cinco denarios.

En los alrededores no dejen de visitar Candeleda, a siete kilómetros de “El Raso”, con su casco antiguo, su santuario de Chilla, el centro de naturaleza “El Vado de los Fresnos” y el embalse de Rosarito.

También próximo está Poyales del Hoyo, donde se ubica el aula museo “Abejas del Valle” y por supuesto el municipio de Arenas de San Pedro, a 27 kilómetros de “El Raso”, donde lo más representativo son las grutas del Águila.

Y repasando la gastronomía de la zona, encontramos exquisitos platos como: el conejo al ajillo, las  migas, las patatas revolconas y el chuletón, además de judías carillas y cabrito asado; todo culminado con los postres más apetitosos y regado con los buenos caldos castellano-leoneses.

Y si desean adquirir algún objeto simbólico del lugar, la oferta es múltiple: réplicas de cerámica , armas celtas, libros o bien productos naturales y artesanía en cartón-piedra.

Para los más intrépidos, son varias las actividades que se pueden realizar en este entorno abulense. Destacan los descensos y travesías en canoa por el río Tiétar; los recorridos con quads o un tranquilo paseo entre la naturaleza tomando como compañero un dócil caballo.

Autor: Nieves Alonso

 

 

 

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