Batres, historia de un castillo en el Parque Regional del río Guadarrama

Castillo de Batres

Desde los campos cerealistas, que se prolongan sin interrupción hasta la vecina Toledo y desde la fragosa carrasquera que tapiza el Monte de Batres, se contempla su armonioso castillo del mismo nombre, Batres. Una singular fortaleza erigida en un lugar otrora fronterizo.

A comienzos del siglo XII, en plena lucha entre cristianos y musulmanes, la población de Batres fue arrasada por los almorávides. No tardó mucho en ser repoblada durante el avance hacia el sur de la Reconquista.

Saliendo de Madrid para llegar a Batres tomaremos la A-5, carretera de Extremadura, hasta Navalcarnero y después la M-404 hasta la localidad de Batres.

Una cómoda senda enhebra todos estos parajes y al tiempo que recuerda su historia literaria, permite comprobar cómo se delimitan los diferentes ecosistemas presentes en este territorio. De una parte el bosque de galería, crecido en el entorno fluvial.

De otra los cultivos que muestran la transformación que el hombre ha efectuado sobre esta zona, hoy agrícola ayer montaraz.

Arranca la ruta al final de la plaza del pueblo, frente a la parada de autobuses. El cartel da cuenta de las características de esta ruta, apta para todos los públicos, al menos en su primera parte: la que llega hasta el área recreativa de Batres.

Con una longitud de dos kilómetros y medio y un grado de dificultad bajo, marcha por el lateral del valle abierto por el arroyo del Sotillo, un tributario del río Guadarrama. En la confluencia de ambas corrientes se asienta el área de descanso.

Quedan atrás las últimas casas del pueblo y la pista se bifurca. Despreciar la de la izquierda y seguir de frente, en el descenso hacia el fondo del cauce. La ruta marcha en paralelo al arroyo, adentrándose en las breves barranqueras abiertas por mínimos arroyuelos. Luego sale a un altozano despejado que ocupan los cultivos.

Al final desciende hasta los arenales que señalan la confluencia de ambos cauces.

Después de este recorrido, los más andarines pueden subir hasta el Monte de Batres, al que se llega siguiendo por la derecha del área recreativa. Cruzar la M-404  y proseguir por una pista que se inicia justo enfrente, hasta llegar a una encrucijada de pistas.

Hay que tomar la que sigue de frente y después elegir la que sube a la izquierda. Son dos kilómetros de ascenso por el monte, a través de una vía pecuaria que recorre el territorio , donde los osos de antaño han sido suplantados por esforzados ciclistas.

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El cañón del río Ebro

El río Ebro, es desde la cuna, fuero. Nada más brotar de las entrañas de la cordillera Cantábrica, forma el mayor embalse del país para adentrarse acto seguido en Burgos tajando los páramos calcáreos de La Lora, donde ha abierto una brecha de doscientos metros de profundidad.

En sus acantiladas riberas acampan árboles norteños y encinas castellanas. Abajo, en las aguas de color esmeralda, vive en paz la nutria. Arriba, atalayando tanta belleza, el águila perdicera.

Del romancero parecen sacados los pueblos comarcanos y hasta en el más humilde hallamos un palacio, una docena de pétreos escudos y un templo que arquea asombrado sus románicas cejas cada vez que asoma un extraño.

Pueblos como Orbaneja, donde un afluente del Ebro surge en cascada de la Cueva del Agua, partiendo en dos el caserío; o como Moradillo, cuya iglesia de 1.188 guarda una de las puertas del cielo, o Valdelateja, donde el Ebro se une con el Rudrón, para surcar un cañón abismal, no contaminado por el asfalto, donde el único camino posible es el sendero circular que recorremos.

El sendero, nace en el mismo núcleo de Valdelateja, un pueblecito que se esconde en las honduras del Rudrón, con su balneario de 1.872 y su ermita tardovisigoda. Bien señalizado con letreros y marcas de pintura blanca y amarilla, comienza rodeando la iglesia del lugar.

Continua río abajo entre espeso boscaje, tanto que casi no se ve ni dónde se une con el Ebro; una confluencia que acontece poco antes de que cambiemos de margen por un puente de cemento y arribemos a una central hidroeléctrica.

Desde El Porvenir, que así se llama la central, el camino prosigue emboscado, encinas, quejigos, arces, alisos, madroños, acebos, tejos e incluso hayas y emparedado entre los cortados de más de doscientos metros de altura que flanquean el río, por cuya orilla izquierda avanzamos.

Así hasta llegar a Pesquera de Ebro, un pueblo remoto en donde sorprende hallar varios palacios de los siglos XVI, XVII y XVIII y un puente medieval de tres ojos sobre el Ebro que se conserva en perfecto estado.

Pesquera señala el punto más bajo del recorrido por el Ebro y la hora de regresar aguas arriba por la margen contraria del cañón, siguiendo para ello la carretera que cruza el puente medieval y un kilómetro después la senda que conduce hasta las soledades de Cortiguera.

El tramo final, el más espectacular de la jornada, discurre por el borde superior del cañón, contemplando a vista de águila el mismo camino que seguimos antes por la vera del río: la central de El Porvenir; la profunda cicatriz que el Ebro ha dejado rascando durante millones de años la espalda de Castilla y el repentino curvazo que el río describe para capturar al Rudrón a las puertas de Valdelajeta.

Al pueblo llegamos tras cinco horas largas de marcha, por un caminejo empedrado que desciende por la pared del cañón.

Autor: Nieves Alonso

 

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