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Bosque de Hormas. Sierra de Riaño

Bosque de Hormas. Sierra de Riaño

Los momentos más vistosos del bosque caduco inician su fugaz fiesta de tinturas tras las primeras lluvias de otoño, pero su culminación queda patente para las miradas curiosas de los excursionistas, entre octubre y noviembre.

Hayedos, robledales, castañares, abedulares, fresnedas, choperas y toda la pléyade de árboles y arbolillos caducifolios que salpican los montes maduran sus frutos, mientras su hoja caediza se dora.

Entre estos parajes os recomiendo el bosque de Hormas en León. Una masa mestiza de hayas y robles albares prácticamente inalterada por la mano humana, de altísimo valor ecológico.

Situado en la sierra de Riaño, en el interior del Parque Regional de los Picos de Europa, entre los términos de Riaño y Boca de Huérfano, el monte de Hormas es conocido como zona de refugio invernal del oso pardo, y también por albergar varios contaderos de urogallo.

Sierra de Riaño en otoño

Sierra de Riaño en otoño

El bosque está formado por una masa de robles de gran porte; en sus cotas menores aparecen mezclados acebos, avellanos, arándanos y genistas.

El abandono de la tradición ganadera ha dado por perdidos los pocos caminos que lo recorren, pero aún es posible patear estos montes por las veredas que remontan sus arroyos. El arroyo Remuela deja penetrar hasta sus zonas más altas y las veredas que parten de la aldea de Escaro hacia el este también sirven para internarse en este fantástico bosque.

Otro de estos entornos otoñales privilegiados es el Valle de Ambroz, en la provincia de Cáceres. Situados entre la recuperada comarca de Las Hurdes y los vergeles del valle del Jerte, se abre de norte a sur un pasillo fluvial que recuerda más a las tierras gallegas que a las extremeñas, al amparo de las humedades del río Ambroz.

Valle de Ambroz

Valle de Ambroz

 La orientación sureña de los montes, la suavidad de su clima y un índice de precipitaciones bastante elevado han convertido la vega del Ambroz y las laderas de sus montes en tupidos bosques de castaños y robles.

Uno de los conjuntos forestales más emblemáticos es el bosque de castaños de Hervás, también conocido como castañar de los Gallegos, en las inmediaciones de la carretera de Cabezuela del Valle.

Bosque de castaños

Bosque de castaños

La subida al alto del puerto de Honduras, que domina todo el valle, da una visión de la hermosura de estos bosques y prados que recuerdan los paisajes norteños de la España húmeda.

Puerto de Honduras

Panorámica desde el Puerto de Honduras

La Vía de la Plata Romana, que a través de la fertilidad del río Ambroz, comunica la capital extremeña, Mérida, con la Astorga leonesa, ha sido empleada por infinidad de viajeros, cuyos últimos representantes han sido hasta hace muy poco tiempo los pastores trashumantes.

Este sugestivo viaje otoñal nos permitirá conocer los cambios de la naturaleza en esta estación, que regala todo un lujo de colores, olores y sensaciones que perdurarán en nuestra mente hasta la próxima escapada. Deseo que lo disfruten.

Autor: N/A

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Si buscamos un reducto de tranquilidad en contacto con la naturaleza, un bosque que nos traiga a la memoria los habitados por seres fantásticos y mágicos que creíamos existentes en la infancia o simplemente uno de esos lugares de idílico paisaje cambiante, sin duda nuestro destino es la Reserva Natural Integral de Muniellos.

La Reserva se localiza en el extremo suroccidental de Asturias entre los concejos de Ibias y Cangas de Narcea, incluyendo tres montes:  Valdebois,  Muniellos y La Viliella. El primero se sitúa íntegramente en Ibias y los otros dos en el concejo de Cangas, siendo los tres Montes de Utilidad Pública.

Este paraíso natural se organiza en tres valles principales:  La Cardanosa o de Las Lagunas,  Las Gallegas o de Refuexo y la Zreizal o de Texeirúa, confluyendo en el río Muniellos que vierte sus aguas al Narcea. Los tres valles están dibujados por numerosos regueros y vallinas, tantos como días tiene el año, según un dicho popular.

Todo este conjunto es adornado con uno de los robledales más extensos de Europa Occidental. En los meses invernales el bosque se convierte en un lugar encantado, en época estival el lugar es idílico, en la primavera resurge con fuerza y vigor.

Y es en la estación otoñal cuando se recrea en un intenso juego cromático. Los amarillos, dorados y marrones juegan con los intervalos luminosos adoptando un  aire de bosque bucólico que lo convierte en uno de los lugares más bellos que puedan existir.

La naturaleza generosa ha querido que tanta belleza fuera la morada de emblemáticos animales, como el oso pardo, el lobo o el urogallo. Pero el paraíso es compartido, a pesar de su pequeño tamaño, junto a una gran variedad de aves como el ratonero, el águila real, el halcón abejero, el gavilán o el escaso azor y con otras especies faunísticas más abundantes como el corzo o el jabalí.

Pero la riqueza del robledal de Muniellos  junto a la  desmedida mano del hombre fue durante siglos su peor y más cruel enemigo. En el siglo XVIII, la marina ambicionó la calidad de sus maderas para la construcción de navíos. Se decía que: “ existían infinitos parajes a donde sin mudar los pies se podían cortar tres quillas para navíos de línea”.

Tras mutilar el bosque, el botín era trasladado en carretas de bueyes a la Villa de Cangas de Narcea, donde se almacenaba hasta que la naturaleza regalaba suficiente vida a los ríos por donde peregrinaban los inertes troncos.

A pesar de las agresiones, Muniellos ha sobrevivido con toda su riqueza, una prueba de ello es la presencia del protegido acebo, que siendo la principal comida de los urogallos,   sus brillantes frutos rojos adornan el bosque a finales del otoño y durante los meses de invierno.

Para preservar la Reserva, existe un control diario de visitantes que deben solicitar un permiso que es expedido por la Consejería de Medio Ambiente, Ordenación de Territorio e Infraestructuras. Pero para quienes no dispongan de la autorización cabe la posibilidad de disfrutar de las bellas vistas que ofrece la carretera comarcal que atraviesa la Reserva por el puerto del Cono en dirección a San Antolín de Ibias.

Recorrer el bosque de Muniellos es entrar en contacto pleno con la naturaleza. Un ecosistema de inmensa riqueza que además es el hábitat de intrigantes seres misteriosos, xanas, cuélebres, trasgus revoltosos o brujas.

Herencia mitológica de nuestros antepasados que quisieron dar respuesta a los extraños fenómenos que ocurrían en el bosque.

 Autor: Nieves Alonso

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La vida de un bosque

La Hiruela y su entorno son un destino recurrente de pescadores, cazadores, andarines, montañeros, turistas y residentes de fin de semana. Los 1.478 metros de puerto, nos llevan al rincón más remoto, al más aislado de la Comunidad de Madrid. 

Uno de los paseos más apreciados se inicia en la esquina del Ayuntamiento y desciende por la calle del Corcho. Al final de su corto trazado empalma con una pista que, a la izquierda, pasa ante la estación depuradora. Marcada con señales rojas, naranjas y azules, tiene en el suelo los registros de las conducciones de agua.

Sigue el descenso hasta que se pasa al pie de la rústica ermita de Nuestra Señora de Lourdes y se alcanza el arroyo de la Fuentecilla, que cruza por un trabajado puente de madera.

En el otro lado asciende un corto trecho, hasta alcanzar la adormecida carretera de Colmenar de la Sierra. Tendremos que cruzarla y subir a la derecha unos metros, para empalmar con otra pista que se adentra y asciende con suavidad por el monte.

Detrás de la barrera que la defiende, la pista se dilata entre tanta hermosura y parece que curvea adrede, que no quiere fatigarse con cuesta alguna; como si en vez de haber nacido para llevar a alguna parte, su razón no es otra que demorarse con parsimonia en el corazón del bosque.

Un bosque que primero fue silvestre, luego se humanizó y ahora vuelve a crecer a su libre albedrío. Y es que la historia de esta robleda está ligada al hombre. No sólo porque entre los claros de su espesura encontraba el ganado alimento, lo que aún hace, sino porque de su dura alma vegetal, generaciones de carboneros obtuvieron la materia de su sustento: el negro material que templó durante decenios los hogares y braseros entre Guadalajara y Valladolid y desde Madrid a Segovia.

Es fácil descubrir la huella de aquella maula en la curtida geografía de este mundo vegetal. No hay más que ver sus aclareos y comprobar cómo sus ramas han sido mil veces taladas.

De hecho, tuvo La Hiruela su mejor momento en aquella época donde el bosque entero era un clamor.

Hasta bien entrados los sesenta el carbón lo llevaban por ingratos caminos loberos a lomos de caballerías hasta Buitrago. El inicio de aquel trasiego era esta senda, felizmente recuperada para deleite de los excursionistas, que han ocupado el lugar de aquellos hombres tizones.

Sin darnos cuenta alcanzaremos una amplia curva a la derecha, sobre la que se extiende una pradera salpicada de gigantes arbóreos. Es la Morra de la Dehesa o la dehesa perfecta.

Las señales sobre los troncos invitan a dejar la pista y ascender por la ladera de la derecha. El camino está poco marcado al principio pero no cuesta demasiado seguirlo.

Un poco más hacia  arriba se define mejor y recorre con tendencia hacia la derecha, el norte, la parte más cerrada del bosque, para alcanzar un collado en un suspiro.

Desde aquí el camino desciende por la ladera opuesta, rumbo a La Hiruela, bien visible, justo enfrente. Aunque no está de más encaramarse al humilde otero situado a la derecha del collado.

Cinco minutos se tarda en alcanzar la cimera de este impagable otero que muestra todos los vericuetos de la sierra.

De regreso al collado, sólo hay que zambullirse en el robledal, y con cuidado de no perder el buen camino señalizado, alcanzar la carretera más o menos en el mismo punto que hace un rato la cruzamos, para luego remontar la cuesta que lleva a La Hiruela.

Hemos recorrido el camino que hasta hace bien poco transitaban los carboneros, aunque en esta ocasión sin hollín.

Autor: Nieves Alonso

 

 

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