El legado celta, un modo de vida
Las ruinas de un gran poblado vetón resplandecen en la solana de Gredos, junto a la aldea abulense de “El Raso”. Allí podemos ver el Castro celta de “El Freillo”, que está abierto todo el día y donde la entrada es gratuita. La proximidad a Madrid, dista tan solo 180 kilómetros, nos permite realizar esta visita cualquier día que tengamos disponible y que el agradable tiempo primaveral acompañe.
El castro es un enclave extenso de veinte hectáreas y estaba profusamente urbanizado con 300 casas, capaz de ubicar a 1.500 personas. Una cifra que para los siglos II y I antes de Cristo y un lugar como la sierra de Gredos, se antoja importante. Incluso escandalosa, si se considera que hoy sólo la superan 17 de los 248 pueblos que hay en Ávila, incluida la capital, y es justo el triple de la población que tiene El Raso, anejo de Candeleda, junto al que yacen las ruinas.
Desde “El Raso”, una sinuosa carreterilla conduce, en un par de kilómetros, hasta el emplazamiento del castro, que es soberbio. En la falda del Almanzor, que descuella dos mil metros más arriba y sobre la garganta de Alardos, que corre 200 metros más bajo, se erigía el poblado, dominando visualmente el inmenso valle que fertiliza el río Tiétar, los montes de Toledo y la sierra de Guadalupe.
Al socaire de las más altas cumbres de Gredos, gozaba de un clima benigno y de buenos pastos. Por no hablar de la defensa que le prestaban semejante foso, el Alardos y el Almanzor, como guardaespaldas.
De los tres sectores en que está dividido el yacimiento, el de mayor interés es el más cercano al final de la carretera. En él se puede apreciar cómo las casas se alineaban y adosaban formando calles y manzanas con un sentido de la urbanización más que incipiente.
Las casas eran de muros de tapial, apoyados sobre un zócalo de mampostería de granito y cuya estancia principal consistía en una cocina con banco corrido alrededor del fuego, donde se comía y se dormía al revoltijo.
En este mismo sector se han reconstruido fielmente dos casas, con su porche y su techumbre de madera cubierta de piorno, que recuerdan los viejos chozos pastoriles que aún se estilan en la sierra de Gredos.
Otra prueba de que los vetones no eran unos cafres es el hallazgo de varios hornos para la fundición del cobre; así como de un tesorillo de plata en el vestíbulo de una de las viviendas, compuesto por unos torques, un brazalete, una pulsera, una fíbula y cinco denarios.
En los alrededores no dejen de visitar Candeleda, a siete kilómetros de “El Raso”, con su casco antiguo, su santuario de Chilla, el centro de naturaleza “El Vado de los Fresnos” y el embalse de Rosarito.
También próximo está Poyales del Hoyo, donde se ubica el aula museo “Abejas del Valle” y por supuesto el municipio de Arenas de San Pedro, a 27 kilómetros de “El Raso”, donde lo más representativo son las grutas del Águila.
Y repasando la gastronomía de la zona, encontramos exquisitos platos como: el conejo al ajillo, las migas, las patatas revolconas y el chuletón, además de judías carillas y cabrito asado; todo culminado con los postres más apetitosos y regado con los buenos caldos castellano-leoneses.
Y si desean adquirir algún objeto simbólico del lugar, la oferta es múltiple: réplicas de cerámica , armas celtas, libros o bien productos naturales y artesanía en cartón-piedra.
Para los más intrépidos, son varias las actividades que se pueden realizar en este entorno abulense. Destacan los descensos y travesías en canoa por el río Tiétar; los recorridos con quads o un tranquilo paseo entre la naturaleza tomando como compañero un dócil caballo.
Autor: Nieves Alonso