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Archive for junio 2012

La Villa del Hombre Pez

Próximo a Santander, el pueblo de Liérganes, uno de los más bellos de España, nos atrapa con el recuerdo que a través de los siglos han dejado en sus nobles calles hombres ilustres, artistas y caminantes que han encontrado en esta villa un remanso de paz.

Los primeros datos que se tienen sobre la existencia del pueblo se remontan al año 816, en el que se alude al Monasterio de San Martín de Liérganes. Se configuró en el libro de las Merindades de Castilla en 1351, según el cual los labradores que allí habitaban escogían su propio señor y pagaban los tributos con especies.

La riqueza llegó a la villa de la mano de Juan Curtius, en 1617, artífice de las fundiciones y que estuvo al frente de la fabrica de cañones.

En 1674, nace la Leyenda del Hombre Pez, …cuando el joven Francisco de la Vega Casar, fue a nadar con unos amigos a la ría de Bilbao y desapareció, cinco años más tarde fue localizado por unos pescadores en la Bahía de Cádiz, perdida la razón ,casi el habla y con escamas por el cuerpo, tan solo repetía la palabra Liérganes.

Y rodeados de historia y leyenda comenzamos nuestro paseo  por sus calles, dejando atrás el Paseo del Hombre Pez, nos sumergiremos en un ambiente de silencio, paz y sosiego que nos cautivará, y si es la primera vez que visitamos Liérganes, tendremos la necesidad de volver, sin ninguna excusa.

Caminaremos por bellas calles que van a parar a la Plaza del Marqués de Valdecilla, veremos casas cuyas fachadas, todas de piedra, con balconadas de madera cubiertas por un bonito colorido florar, nos irán marcando sendero. Poco a poco iremos descubriendo su conjunto monumental, disfrutando de un lento paseo.

En Liérganes encontraremos importantes vestigios de un pasado que ha dejado una imborrable huella a cada paso y en los más recónditos lugares del pueblo. La Casa de los Setién que data del siglo XVI, el Puente Mayor, de la misma época, el Palacio de los Cuesta Mercadillo, construido por el gobernador de México, la iglesia parroquial de San Pedro, del siglo XVIII o la Ermita de San Sebastián y San Pantaleón situada en una colina ,son algunos de sus principales monumentos.

Y podemos terminar nuestro paseo ,visitando el Caso Viejo del pueblo, donde seguiremos recreando nuestra vista y llegado el momento nuestro estomago, porque en cualquier tasca o restaurante de la villa podremos degustar los exquisitos manjares que nos ofrece la cocina cantabra.

Nuestra visita a la villa de Liérganes, ha sido un viaje a través de la historia, de la cual vive al amparo, escrita a hierro forjado y con la sabiduría de sus maestros que han hecho posible que su legado llegue hasta nuestros días.

 

Autor: Nieves Alonso

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Un paseo por la villa pixueta

La falta de prisa ha de ser la aguja para navegantes de quien realice este paseo. Solaz por calles empinadas, encantadoras plazas y miradores. Aquí se adormecen las penas y se alimenta el alma. Hermosos edificios y casas que se descuelgan de la montaña. Esto es lo que encontramos en esta porción de tierra de la Asturias centro-occidental que abraza a la mar, compañera inseparable.

Comienza un nuevo día en Cudillero. Las gentes van a sus quehaceres por calles olorosas perfumadas por la mar. Es buen momento para acercase al puerto, caminar hacia el faro y desde el mirador de la Estrecha, uno de los siete que guarda la villa, recrearnos con las bellas vistas que nos ofrece antes de tomar la primera comida del día en algún lugar de la Plaza de la Marina, sitio en el que me detendré más adelante.

Tranquilizado el estómago, sereno y resuelto el ánimo, debe emprenderse camino y tomar la derrota de los barrios de la villa dejándose llevar por el instinto. El de Cimadevilla o el nostálgico de la Garita, donde se sitúa otro mirador, nos irán adentrando en la esencia pixueta. No perdamos oportunidad de parar y departir con las gentes, siempre dispuestas a ello.

Perdiéndonos por las calles y en ascensión continua llegamos al barrio del Contorno. Nuevamente dos miradores, el del Baluarte y El Contorno, nos ofrecen deliciosas vistas

Va entrando la mañana. Los colores se hacen más intensos. Ahora nos topamos con la casa del adorado patrón de los pixuetos, la iglesia de San Pedro. De origen gótico, restaurada en más de una ocasión, no ha perdido un ápice de belleza.

No se queda huérfana en este lugar la sorpresa y maravilla. En la cima encontramos el edificio más antiguo de Cudillero, la Capilla del Humilladero. El interior cobija un hermoso Cristo que en tiempos fue testigo de juicios y última compañía de los condenados a muerte.

El día esta avanzado. El descenso es cómodo por las callejuelas vestidas de gentes que siguen con su trajín diario. Sin prisa, disfrutando del grato paseo que nos lleva a la plaza de San Pedro, lugar donde se ubica un emblemático edificio, el Ayuntamiento. Originario del siglo XIX, se alza donde fue residencia de la familia Omaña. Aquí de nuevo nos recreamos con hermosas vista desde el mirador del Palacio.

Puesta de sol junto a la mar

Entra la tarde, es un buen momento para recrearnos y seguir el trazado de la costa de Cudillero. El azul de la mar será nuestro guía, mostrándonos los parajes más bellos y singulares de esta costa bañada por aguas del Cantábrico. Si el tiempo acompaña sumergirse en estas aguas es todo un placer, si las vuelve bravas es todo un espectáculo. En todo caso, presenciar como el sol se sumerge en ellas, es un acontecimiento inolvidable.

Uno de los lugares donde la fuerza de la naturaleza se hace sentir en días que la mar protesta, es el Cabo Vidio. La tierra roba terreno a la mar y se eleva ante ella. Desde una altura de casi cien metros la visión es impresionante. Nos sentiremos dueños por unos momentos de todo aquello que contemplamos, desde el cabo de Peñas al este hasta el de Busto en el oeste.

Cualquier playa de Cudillero tiene una belleza particular. En la de la Concha de Arteo las piedras sustituyen la  arena y tiene un aire agreste. La de San Pedro, una de las más visitadas, está ubicada en la desembocadura del río Esqueiro. Además de la de Albuerne y los Negros, entre acantilados, o la de la Vallina.

Pero si tuviera que elegir una sin duda sería la del “Silencio”. Su nombre lo dice todo. Elevadas rocas protegen a esa pequeña porción de mar que se arrima a la tierra, descansada, apacible, cristalina y segura. El esfuerzo de descender hacia ella por la empinada escalera enclavada en el corte rocoso se ve recompensado en el instante que bajamos el último peldaño, una piedra, y nos acercamos a la orilla para contemplar el recio paisaje.

Es el sitio idóneo para sentarse frente a la mar, serenar el espíritu, sentir la fuerza de la naturaleza y encontrar la paz anhelada. Esta anocheciendo, el astro rey cae rendido ante tanta belleza, la mar lo abraza. Poco a poco el sol va desapareciendo, lentamente, sumiéndose en el leve letargo de la cercana noche. El ascenso será liviano, ha merecido la pena. La visión la guardaremos en el alma.

Autor: Nieves Alonso

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Un paisaje dibujado por las aguas

Al oeste de las provincias de Zamora y Salamanca, coincidiendo con el tramo del Duero que sirve de frontera natural entre España y Portugal, se abre el impresionante conjunto rocoso de “Las Arribes”, 170.000 hectáreas de Parque Natural definidas por el abrupto paisaje que el gran río modela al sestear entre murallas de granito.

Considerado como Zona de Especial Protección para las aves, Las Arribes del Duero representan uno de los escenarios rocosos más espectaculares de toda la comunidad castellano-leonesa; una maravilla natural que se prolonga a lo largo de más de cien kilómetros con enormes farallones de piedra, saltos de agua, desniveles de vértigo que pueden alcanzar hasta los doscientos metros y profundos cañones.

Y siempre omnipresentes las oscuras aguas del Duero, presidiendo el fondo de este sobrecogedor escenario. Aguas a veces encajonadas y otras abiertas y navegables, como sucede en las inmediaciones del monasterio de La Verde o en Vilvestre.

Las peculiares características topográficas de Las Arribes favorecen el crecimiento de una más que interesante flora con especies bien diferenciadas. Así en el microclima que se produce en el fondo de los barrancos, alimentadas por las aguas del Duero y los muchos arroyos que a él tributan, crecen formaciones de almez y hojaranzo, mientras que en las alturas estas especies desaparecen para dejar paso a otras más propias del clima mesetario como la encina, el alcornoque, enebro, jaras, espliegos y genistas.

Respecto a la fauna, las aves se llevan la palma. Y no es de extrañar que así sea, pues las impresionantes paredes entre las que se encajona el río Duero sirven de inigualable cobijo a muchas especies aladas. La más representativa a juzgar por el gran número de ejemplares que aquí han encontrado refugio, es quizás la esquiva cigüeña negra.

Según los últimos censos ornitológicos realizados en el Parque, las repisas y covachas de Las Arribes albergan más de un 10% de toda la población ibérica de esta especie, que convive aquí con una interesante comunidad de rapaces compuesta por buitre leonado, alimoche, águila real, halcón peregrino y águila perdicera.

A ras de suelo pulula la ranita de San Juan con su monótono canto nocturno que anuncia siempre la llegada de la primavera. La acompañan el sapo corredor y el tritón jaspeado, que junto con una gran variedad de peces se empeñan en no terminar sus días convertidas en alimento de sus enemigos naturales: el cormorán, la garza real, el martín pescador o la nutria.

Y si los atractivos naturales de la zona son muchos y variados, no lo son menos los gastronómicos, sobre todo para el amante de las buenas carnes cocinadas sin artificio alguno, siguiendo el estilo más tradicional. El cabrito, el lechazo o la ternera, bien a la brasa o en sabrosos guisos, componen el plato fuerte de los fogones de Las Arribes, todas ellas acompañadas siempre, como no podía ser de otro modo, por los excelentes caldos de la Ribera del Duero.

Autor: Nieves Alonso

 


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Un pasado templario

La implantación de la orden del Temple en Mallorca, comenzó en 1229 tras entrar Jaime I el Conquistador en la ciudad musulmana de Medina Mayurka, hoy Palma. Entre sus tropas figuraba un destacamento de monjes guerreros templarios, a los que les fue concedido la quinta parte de las tierras conquistadas y un castillo cerca de los muros de la ciudad.

La ruta que vamos a realizar, se inicia en el barrio del Temple de la capital, se adentra en el hechizo de una naturaleza pródiga donde no se pierde de vista el pasado templario. La luz del Mediterráneo nos invitará a contemplar lugares de gran espiritualidad y belleza paisajística como los santuarios de Lluc y de Randa.

En el corazón de la antigua judería de Palma de Mallorca encontraremos las primeras huellas templarias. La alcazada de Gumara en época musulmana, paso a poder de los caballeros templarios tras la conquista cristiana. Hoy día encontraremos un laberinto de callejuelas cargadas de historia que nos conducirán a lugares ocultos.

Tomamos la calle del Temple y comienzan los descubrimientos, el castillo de los templarios, que llegó a tener doce torres cuadrangulares con almenas y altas murallas, fue también archivo de los reyes de Mallorca, durante un tiempo se convirtió en cárcel y en la actualidad apenas veremos dos torres y algún resto amurallado.

La siguiente visita es a un oratorio templario, en el mismo barrio del Temple, con dos capillas laterales de inspiración bizantina, varias sepulturas góticas y una techumbre de madera que está sostenida por cuatro arcos desnudos, es el edificio más antiguo de la ciudad.

Continuamos por la calle Temple en dirección a la catedral, hasta desembocar en la calle Ramón Llull, y al final de esta la plaza Sant Francesc. Aquí se encuentra el convento de los franciscanos y la basílica de Sant Francesc, una autentica obra maestra del gótico, aunque su actual portada es renacentista.

En el interior del templo se encuentra la tumba del franciscano Ramón Llull, que tenía gran amistad con la Orden del Temple, también percibiremos la mano de los canteros templarios, en las figuras bafométicas que se encuentran en la clave de la bóveda principal, en el elevado crucero de la iglesia justo en el centro de la estructura, se trata de dos cabezas de piedra.

Seguimos nuestro recorrido camino de la catedral y detrás del ayuntamiento haremos un alto para visitar la iglesia de Santa Eulalia del siglo XIII, lugar de residencia de la logia de constructores de la Casa Sagrada del Temple. Podremos ver todavía sus marcas gremiales más características, el mazo y la escuadra.

Al norte de la bahía de Palma, en Porto Pí visitaremos el museo de San Carlos, una de las salas está dedicada a los caballeros templarios, se conservan algunos sellos, documentos, una magnífica cruz templaria de piedra y varios paneles explicativos de lugares templarios en la isla.

Salimos de Palma y nuestro itinerario toma dirección a la sierra de Tramontana, hasta llegar al pueblo de Soller, entre los bancales de olivos y las huertas del llano se manifiesta la presencia templaria. Seguimos camino a Lluc deteniéndonos en el pequeño monasterio de Sa Capelleta del siglo XIII, de la misma época es el Oratorio de Santa Catalina de Alejandría, situado en la colina que corona Soller. Y en lo más alto de la Sierra, el monasterio de Lluc.

Este lugar sagrado fue donado a los templarios como alquería, que era una porción de terreno que comprendía diversas casas agrupadas o dispersas, sobre un santuario del siglo XII. El lugar no ha perdido el aire templario, la imagen de la Virgen Negra que encontraremos nos indica la presencia templaria. La imagen de la sabiduría oscura y secreta.

Camino de Pollença haremos un alto para visitar el castell del Rei, último baluarte musulmán ante las tropas de Jaime I.En Pollença el Temple tuvo un lugarteniente que se encargó de gobernar las alquerías, la casa residencial del lugarteniente hoy es un bar, aunque la fachada conserva una cruz paté y un escudo, al lado se levanta la iglesia parroquial de Nostra Senyora dels Angels, construida por la Orden.

La impresionante iglesia de Monti Sión, conocida como el Puig del Temple, conserva la capilla de El Calvari, a la que llegaremos por carretera o a pie subiendo 365 escalones. Antes de abandonar Pollença subiremos al Puig de María, enfrente del Calvari, desde donde tendremos una panorámica espectacular.

Continuamos camino y ante nuestros ojos un anillo de murallas de los siglos XII y XIV, es la población de Alcudia, antes de entrar podremos ver los restos de un antiguo molino harinero del siglo XIII, propiedad del Temple. A las afueras encontraremos otros dos lugares templarios, el Fort des Templer y la cova de Sant Martí una cavidad subterránea.

Desde Alcudia tomamos dirección a Manacor, segunda ciudad de la isla, la huella templaria aparece en el castillo de Santueri, que conserva parte de la torre de homenaje, dos torres cuadradas, un lienzo de muro almenado y la puerta principal.

Emprendemos viaje hacia el puig de Randa, pero haremos un alto en Porreres, que guarda en su iglesia una autentica joya de plata, una cruz procesional gótica que perteneció a los caballeros templarios. También es obligado pararse en la villa de Montuiri, donde la huella templaria aparece en la calle, una cruz de piedra asentada sobre un capitel octogonal, y una columna también octogonal de una sola pieza, conservan los símbolos de carácter templario.

Y a unos 10 kilómetros en una llanura conocida como el Pla se levanta en forma de altar el puig de Randa, una montaña de 543 metros de altura que guarda en lo más alto el Santuario del Cura. Según el decir de las gentes del lugar el macizo de Randa es el protector y guardián del Llucmajor.

Este apasionante viaje lleno de historia y leyenda de los caballeros templarios seguro que nos abrirá el apetito y nada mejor para saciarlo que algunas de las magníficas excelencias que nos ofrece la cocina mallorquina, como la lengua de cerdo con salsa de granadas, los huevos al estilo de Soller, la caldereta, el Tumbet, la escudella fresca o los tordos con leche.

Sin olvidar el producto estrella, la sobrasada, con pan, cocinada con caracoles o con miel, no nos dejará indiferentes. Y una mención especial al dulce rey, la ensaimada mallorquina, de la que esta todo dicho, tan solo merece la pena probarla.

Autor: Nieves Alonso

 

 

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Si buscamos un reducto de tranquilidad en contacto con la naturaleza, un bosque que nos traiga a la memoria los habitados por seres fantásticos y mágicos que creíamos existentes en la infancia o simplemente uno de esos lugares de idílico paisaje cambiante, sin duda nuestro destino es la Reserva Natural Integral de Muniellos.

La Reserva se localiza en el extremo suroccidental de Asturias entre los concejos de Ibias y Cangas de Narcea, incluyendo tres montes:  Valdebois,  Muniellos y La Viliella. El primero se sitúa íntegramente en Ibias y los otros dos en el concejo de Cangas, siendo los tres Montes de Utilidad Pública.

Este paraíso natural se organiza en tres valles principales:  La Cardanosa o de Las Lagunas,  Las Gallegas o de Refuexo y la Zreizal o de Texeirúa, confluyendo en el río Muniellos que vierte sus aguas al Narcea. Los tres valles están dibujados por numerosos regueros y vallinas, tantos como días tiene el año, según un dicho popular.

Todo este conjunto es adornado con uno de los robledales más extensos de Europa Occidental. En los meses invernales el bosque se convierte en un lugar encantado, en época estival el lugar es idílico, en la primavera resurge con fuerza y vigor.

Y es en la estación otoñal cuando se recrea en un intenso juego cromático. Los amarillos, dorados y marrones juegan con los intervalos luminosos adoptando un  aire de bosque bucólico que lo convierte en uno de los lugares más bellos que puedan existir.

La naturaleza generosa ha querido que tanta belleza fuera la morada de emblemáticos animales, como el oso pardo, el lobo o el urogallo. Pero el paraíso es compartido, a pesar de su pequeño tamaño, junto a una gran variedad de aves como el ratonero, el águila real, el halcón abejero, el gavilán o el escaso azor y con otras especies faunísticas más abundantes como el corzo o el jabalí.

Pero la riqueza del robledal de Muniellos  junto a la  desmedida mano del hombre fue durante siglos su peor y más cruel enemigo. En el siglo XVIII, la marina ambicionó la calidad de sus maderas para la construcción de navíos. Se decía que: “ existían infinitos parajes a donde sin mudar los pies se podían cortar tres quillas para navíos de línea”.

Tras mutilar el bosque, el botín era trasladado en carretas de bueyes a la Villa de Cangas de Narcea, donde se almacenaba hasta que la naturaleza regalaba suficiente vida a los ríos por donde peregrinaban los inertes troncos.

A pesar de las agresiones, Muniellos ha sobrevivido con toda su riqueza, una prueba de ello es la presencia del protegido acebo, que siendo la principal comida de los urogallos,   sus brillantes frutos rojos adornan el bosque a finales del otoño y durante los meses de invierno.

Para preservar la Reserva, existe un control diario de visitantes que deben solicitar un permiso que es expedido por la Consejería de Medio Ambiente, Ordenación de Territorio e Infraestructuras. Pero para quienes no dispongan de la autorización cabe la posibilidad de disfrutar de las bellas vistas que ofrece la carretera comarcal que atraviesa la Reserva por el puerto del Cono en dirección a San Antolín de Ibias.

Recorrer el bosque de Muniellos es entrar en contacto pleno con la naturaleza. Un ecosistema de inmensa riqueza que además es el hábitat de intrigantes seres misteriosos, xanas, cuélebres, trasgus revoltosos o brujas.

Herencia mitológica de nuestros antepasados que quisieron dar respuesta a los extraños fenómenos que ocurrían en el bosque.

 Autor: Nieves Alonso

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